Rigoberto Pitti - Publicado el 19 de agosto de 2015, en www.panoramacatolico.com, Panamá.
Si un conflicto “es esencialmente
un proceso natural en toda sociedad y un fenómeno necesario para la vida humana”
como lo define Juan Pablo Lederach, en el libro Educación para la Paz; también
lo debe ser el abordaje del mismo. Mucho se habla de que los conflictos son
destructivos, pero si se abordan de la manera adecuada, pueden convertirse en
factores positivos para las personas, comunidades y para la sociedad en
general.
Uno de los caminos que la iglesia
siempre anima e impulsa es el diálogo. Y para dialogar, las partes tienen que
comprender y reconocer las tres dimensiones que tiene todo conflicto: las
partes, los asuntos concretos y el proceso o el nivel de conflictividad.
De igual modo, es necesario
identificar cuáles son las fuentes de los conflictos. Según
Christopher Moore, un estudioso del conflicto, éstos se deben a cinco factores:
estructura, valores, intereses, relaciones o información. Generalmente los
conflictos sociales están relacionados con las tres primeras causas.
Los
problemas de estructura se refieren a la disponibilidad de recursos, a los
niveles de autoridad y poder, a las leyes y políticas existentes. Lo valores
hacen referencia a las creencias, ideas, enfoques y modos de percibir las situaciones.
En el caso de un conflicto de valores, se hace más complicado, ya que éstos no
se negocian. En todo caso, hay que trasladar el asunto hacia los intereses. En
este sentido, el bien común debe prevalecer sobre el beneficio personal o
privado.
Los
diálogos se pueden realizar de manera directa o con intermediarios cuando las
partes no llegan a un entendimiento. Para ello la iglesia siempre tiene la
disposición de colaborar en el acercamiento de las partes.
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