El Papa Francisco en la encíclica
Evangelii
Gaudium, nos recuerda que “la inequidad es la raíz de los males
sociales” y que “mientras no se resuelvan los problemas de los pobres, no se
resolverá el problema del mundo” (No.202).
El desarrollo en equidad, requiere entre otras cosas, la creación de
fuentes de trabajo dignas.
Sobre este mismo tema, el
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI) expresa como “res novae” (cosa nueva), las
características del fenómeno de la globalización y su repercusión en el mundo
del trabajo (No.310ss). Uno de los aspectos más relevantes del mundo de hoy es
la fragmentación de los procesos productivos, con el fin de aumentar la
eficiencia y los beneficios. Para ello se ha flexibilizado el mercado del
trabajo, lo que afecta la estabilidad laboral, aumenta la inseguridad y la
precariedad, desmejora los marcos legislativos y la formación de los
trabajadores.
La descentralización productiva,
que crea pequeñas y medianas empresas, si bien alienta el emprendimiento y el
trabajo independiente, también produce trabajo inseguro y mal pagado, así como
un aumento considerable del trabajo informal y un desarrollo desordenado de las
actividades económicas.
La enseñanza social de la Iglesia
reafirma al ser humano como protagonista de su vida y de su trabajo (CDSI,
317). Los cambios en el mundo actual del trabajo deben tener como prioridad el
crecimiento de las personas, de las familias y de la sociedad (Laboren exercens, 10). Aunque
cambien las formas históricas del trabajo humano, debe prevalecer siempre el
respeto de los derechos del trabajador. Se deben construir nuevas formas de
solidaridad.
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