“Dios hizo todas las cosas y vio
que eran buenas” (Génesis 1, 4). Nuestro Señor, en su infinita misericordia confió al
ser humano la responsabilidad de todo lo que había creado y la tarea de proteger
y garantizar su desarrollo.
El país está saliendo este mes de la estación
seca y ya las primeras lluvias traen alivio a la crisis de abastecimiento de
agua potable en muchos lugares. Sin embargo, este tema sigue generando
conflictos que se relacionan con el otorgamiento por parte del Estado del uso
del agua a empresas y comunidades. Ambos reclaman sus propios derechos, que en
ocasiones se contraponen.
Panamá necesita ponerse de
acuerdo sobre la forma de distribuir este recurso, ya que en la actualidad se
concesiona hasta el 90% a las empresas productoras de energía, mientras que el
resto es lo poco que queda para uso humano y para la producción agropecuaria.
Las Naciones Unidas reconocieron
explícitamente “el derecho humano al agua” (Resolución 64/292 de julio de
2010), lo que se entiende como el derecho de cada uno a disponer de agua
suficiente, saludable, aceptable, físicamente accesible y asequible para su uso
personal y doméstico.
Pablo VI advertía en
el documento Octogesima adveniens,
que debido a una sobreexplotación de la naturaleza, se corre el riesgo de
destruirla y de ser víctima de esta degradación (No.21).
La naturaleza no puede
reducirse a un objeto de manipulación con fines comerciales, sino que los seres
humanos tenemos le responsabilidad de preservarla, cuidarla, armonizar con
ella, para que se garantice la vida de ésta y las próximas generaciones.
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