
Desde la iglesia del silencio
Durante la celebración del Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII entre los años de 1962 y 1965, se notó la ausencia y el silencio de una reflexión teológica latinoamericana. Sin embargo, el mismo concilio abrió las puertas para que las iglesias locales pensaran de manera creativa su misión en sus respectivos territorios. De ahí surge en América Latina todo un proceso de análisis de la situación social, así como una profundización teológica que llevaría a replantearse el papel de la Iglesia en la región.
En 1968 ocurre la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM) en Medellín, donde confluyen obispos y teólogos para dar fuerza a esta nueva forma de hacer teología desde Latinoamérica. De esta reflexión teológica se va configurando, además, una metodología (ver-juzgar-actuar), una eclesiología y una espiritualidad propia.
La pobreza y la justicia
El punto de partida de la reflexión de los teólogos latinoamericanos fue la dura realidad que ya golpeaba a millones de latinoamericanos. Los obispos en Medellín dijeron que “el episcopado latinoamericano no puede quedar indiferente ante las tremendas injusticias sociales existentes en América Latina, que mantienen a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza cercana en muchísimos casos a la inhumana miseria. Un sordo clamor brota de millones de hombres pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte” (Documento de Medellín, 1968, XIV, 1).
Este análisis que se hace en Medellín y que continuará a lo largo de los años, se fundamenta en numerosos estudios y teorías sociales, entre ellos la Teoría de la Dependencia y el análisis marxista. Sin embargo, a pesar de que muchos teólogos se auxilian en estas ciencias, los mismos van elaborando su propia reflexión fundamentada en la teología cristiana.
Aparece la Teología de la Liberación
En una reciente entrevista realizada a Gustavo Gutiérrez, se puede constatar la fecha de inicio del concepto de Teología de la Liberación: “El 22 de julio de 1968 en Chimbote, Perú, me pidieron hablar de “teología del desarrollo” y me negué. Les dije que hablaría de teología de la liberación, que era más pertinente a nuestro contexto” (Cuadernos Opción por los Pobres, Chile, 2008).
Con la publicación del libro Teología de la Liberación en 1971, Gustavo Gutiérrez inicia el quehacer teológico de América Latina desde la perspectiva de la liberación. Allí señala que: “Hablar de una teología de la liberación es buscar una respuesta al interrogante: ¿qué relación hay entre la salvación y el proceso histórico de liberación del hombre?” (Gutiérrez, 1972, p. 73.). No se puede hablar de la salvación del ser humano, si esto no pasa por transformar las condiciones socio-económicas que le impiden vivir con dignidad.
Alrededor de estos años y como consecuencia del empuje de Medellín, se multiplican los escritos teológicos de diversos autores como Segundo Galilea, Juan Luis Segundo, Hugo Assmann, Miguel Bonino, que ayudaron a gestar esta teología desde el clamor de los pobres. Más adelante se suman Leonardo y Clodovis Boff, Raúl Vidales, Ronaldo Muñoz, Jon Sobrino, Pablo Richard, Enrique Dussel, Ignacio Ellacuría, entre otros, dándole más cuerpo a la teología de la liberación.
Los principales aportes de la Teología de la Liberación
Tradicionalmente se entiende que la teología es la disciplina que estudia las cosas de Dios. A diferencia de la teología europea, que en aquellos años se preocupaba por dar razón de la fe en un mundo de escepticismo religioso, el motivo principal de la teología en América Latina fue cómo hablar de Dios en un contexto deshumanizado e injusto. Entonces, había que hacer una interpelación de la situación de pobreza en la que se encuentran millones de personas y de cómo vivir el Evangelio en ese contexto.
Con el aporte pedagógico de Carlos Mesters y otros biblistas, se van configurando los círculos de lecturas desde los pobres. En muchos lugares como Panamá, Brasil, Perú, Ecuador, El Salvador, Nicaragua y otros países más, aparecen las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), que van resignificando la interpretación bíblica y la vida en la iglesia. La reflexión no sólo les permite irrumpir como una fuerza histórica dentro de la iglesia, sino que también se van involucrando en procesos sociales más amplios que dieron lugar a múltiples movimientos sociales en la región.
El mismo Vaticano reconoció la validez de la Teología de la Liberación cuando afirmó en 1984 que “la aspiración a la liberación, como el mismo término sugiere, toca un tema fundamental del Antiguo y del Nuevo Testamento. Por tanto, tomada en sí misma, la expresión "teología de la liberación" es una expresión plenamente válida: designa entonces una reflexión teológica centrada sobre el tema bíblico de la liberación y de la libertad, y sobre la urgencia de sus incidencias prácticas. El encuentro de la aspiración a la liberación y de las teologías de la liberación no es pues fortuito” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Doc. Libertatis Nuntius, 1984, No. 4).
Hoy día pareciera que hablar de Teología de la Liberación es cosa del pasado. Algunos de los teólogos (como Leonardo Boff) han sido silenciados dentro de la Iglesia oficial. Otros, como Ignacio Ellacuría, corrieron menos suerte y fueron asesinados por los poderes de este mundo. Y no solamente teólogos, sino también muchos pastores como monseñor Oscar A. Romero, en El Salvador, sacerdotes, religiosas y laicos llenaron con su sangre el martirologio latinoamericano.
Sin embargo, como el grano de maíz que muere para dar fruto, los aportes de esta corriente teológica latinoamericana se han multiplicado de diversas maneras, no sólo dentro de la Iglesia, sino también en el contexto socio-político; no sólo en la región, sino en el mundo.
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