Por Rigoberto Pitti
(Publicado en Panorama Católico, Ciudad de Panamá, Domingo 2 de noviembre de 2014)
Iniciando el mes de noviembre la
Palabra de Dios nos decía, durante la celebración de todos los santos, que los
bienaventurados son los que tienen hambre y sed de justicia
y los
que trabajan por la paz, entre otros (Mt 5, 1-12).
Este mes se presenta para los
panameños como una temporada de celebraciones alusivas a la independencia de
España y a la separación de Colombia. Días de gestas locales y nacionales que
fueron configurando la identidad y nacionalidad panameña.
Es importante resaltar que, a
pesar de algunos decretos y reglamentaciones que limitan el uso de los símbolos
patrios, muchos panameños y panameñas expresan su fervor patriótico luciendo la
bandera tricolor en sus casas, autos, oficinas, etc. Esta es una de las muchas
maneras de hacer patria. Sin embargo, hay que ir más allá de lo folklórico y
festivo.
Como panameños debemos
profundizar en el análisis de las situaciones que impiden la realización de la
vida digna para muchos. Panamá, aunque goza de crecimiento económico, es uno de
los países con peor distribución de riquezas. Aunque nos llamamos crisol de
razas, persiste una arraigada marginación y exclusión de grupos sociales: los
hermanos indígenas siguen concentrando la pobreza del país; los campesinos no
encuentran apoyo ni incentivos de los gobiernos; los afrodescendientes
continúan siendo discriminados en el mercado laboral; los jóvenes son
absorbidos por un sistema de empleo inestable y precario; muchas mujeres aún
son víctimas de la violencia de género y así sucesivamente.
Vivamos estas fiestas patrias
poniendo las bienaventuranzas de Jesús en primer lugar. Que nuestra meta como
país sea la equidad y la justicia social; la armonía y la paz; en fin, el ser
humano como centro del desarrollo nacional y el Padre Creador como fundamento
de nuestras vidas.