Por: Rigoberto Pitti Beitia
(Publicado en la columna de
Justicia y Paz de Panorama Católico, Panamá: domingos 5, 12, 19 y 26 de octubre de
2014).
En el contexto del Sínodo de la
Familia que se estará celebrando en Ciudad del Vaticano en el mes de octubre,
la Comisión de Justicia y Paz, desea compartir algunas reflexiones sobre la
situación de las familias y los retos que tiene la iglesia.
El documento de trabajo del
Sínodo (Instrumentum Laboris), en su
segunda parte, explica los desafíos pastorales relacionados con la familia. Entre
ellos se menciona situaciones internas como la crisis de fe y la vida familiar;
las dificultades de comunicación y relación; la fragmentación y disgregación de
las familias; la violencia y el abuso intrafamiliar y; las dependencias a los
medios de comunicación y las redes sociales.
En el contexto externo, el
documento destaca lo siguiente: la repercusión de la actividad laboral; el
fenómeno migratorio; la pobreza y la lucha por la subsistencia; el consumismo e
individualismo y los contra-testimonios en la Iglesia. También menciona
situaciones como la disparidad de cultos.
Otros temas a los que el documento llama “situaciones pastorales
difíciles”, se refieren a: las “convivencias” o uniones informales, sobre todo
entre parejas jóvenes; las uniones de hecho; los separados; los divorciados
vueltos a casar; las madres solteras; las situaciones de irregularidad canónica;
el acceso a los sacramentos; la simplificación de las causas matrimoniales; los
no practicantes y no creyentes que piden el matrimonio y por último las uniones
entre personas del mismo sexo y sus implicaciones.
Algunos de estos temas como la fragmentación familiar y la pobreza, los
estaremos contextualizando según la realidad de nuestro país en las siguientes
publicaciones.
LAS PRESIONES
EXTERNAS SOBRE LA FAMILIA
Las familias del Siglo XXI viven
contextos desafiantes, que la iglesia está reflexionando a partir del Sínodo
extraordinario sobre la familia. Esto se vive a nivel externo, pero también interno.
Veamos en esta ocasión las presiones externas: la pobreza, la actividad laboral
y el consumismo.
En Panamá, se han disminuido los
niveles de pobreza durante los últimos años a partir del compromiso pactado por
el Estado en los Objetivos del Milenio. El país tiene más de veinte años de
crecimiento económico sostenido según la CEPAL. Sin embargo, no significa que
este bienestar llega a todas las familias, ni se expresa en condiciones dignas.
La exclusión y la desigualdad siguen creciendo.
Cada vez más las familias tienen
que afrontar situaciones como el optar por más de un trabajo para poder
responder a las necesidades; separaciones temporales porque no hay trabajo
cerca del hogar; el consumismo, que tiene fuertes consecuencias sobre la
calidad de las relaciones familiares, quienes se concentran más en el “tener”
que en el “ser”. Todo ello, presiona a los miembros de las familias a hacer
carrera, a especializarse para poder conseguir mejores salarios.
Los gobiernos, responsables de
garantizar las oportunidades para las personas y las familias, se han dedicado
al asistencialismo y al subsidio como fórmulas para reducir la pobreza. Estas
medidas aunque necesarias, deben ser temporales. Sin embargo se siguen
perpetuando, en todos los gobiernos, contribuyendo con ello al clientelismo y
no al desarrollo humano.
Para reflexionar: ¿qué otras
situaciones externas presionan a las familias panameñas?
LA DESINTEGRACIÓN FAMILIAR
El documento de trabajo del Sínodo, describe entre los desafíos internos los problemas de comunicación, relación, fragmentación, disgregación, violencia y abusos, dependencias, influencias de los medios de comunicación y las redes sociales.
La fragmentación y disgregación se refiere a las múltiples circunstancias como los divorcios, las separaciones, las familias ampliadas o monoparentales (un padre solo o una madre sola con sus hijos) y uniones de hecho, entre otras.
En Panamá, el último Censo de Población en 2010, mostró por primera vez que la familia nuclear, es decir la constituida por padre, madre e hijos, se ha reducido considerablemente, llegando sólo al 41% de las familias. Lo que ha crecido es el número de familias extensas o ampliadas (27.5%) y las familias monoparentales (10.4%).
Las causas se pueden deducir fácilmente de algunos factores como la pobreza, que tiende a empujar a las mujeres a la vida laboral, o a ausentarse de la casa por tiempo prolongado. Este cambio en los roles, aunque en ocasiones contribuye a mejorar los ingresos familiares, ha provocado crisis de relaciones, violencias y agresiones que tienden a alejar a los cónyuges y a separaciones lastimosas en el seno familiar.
La crisis de humanidad que se cierne sobre nuestras sociedades también ha provocado la aparición de nuevas formas de convivencia como las uniones de hecho, que se caracterizan por ser informales y poco estables, lo que implica para la iglesia la necesidad de orientar a los jóvenes a que consideren la vida en pareja como un proyecto de vida común y abiertos al misterio del Creador.
LA VIOLENCIA INTRAFAMILIAR
La violencia intrafamiliar se puede clasificar de tres tipos: psicológica, física y sexual. En el número 66 del Instrumentum Laboris, del Sínodo sobre la familia, los obispos reflexionaron sobre esta realidad que está presente en todos los países. Se pone la alerta sobre todo a la violencia contra mujeres y niños. Con razón, las Naciones Unidas ha reconocido el 25 de cada mes como Día Naranja para poner fin a la violencia intrafamiliar. La campaña está dirigida por la Red Mundial de Jóvenes y es apoyada por organizaciones de la sociedad civil en todo el mundo.
En nuestro país, el problema es grave, pues según la fiscalía de familia, aunque existen nuevas normas que incrementan las penas por violencia doméstica y las medidas de protección a las víctimas, los casos siguen en aumento. En el 2013, se recibieron cerca de dieciséis mil denuncias en los diferentes despachos (Panamá América, 17/10/2014).
Las causas principales de esta problemática obedecen a profundos trastornos afectivos o de relación y es consecuencia de una falsa cultura de la posesión. En pleno siglo XXI persisten paradigmas machistas en los que el hombre se considera dueño y poseedor de su pareja y de sus hijos. Esto a su vez lleva a que las víctimas, en la mayor parte de los casos, desistan en poner denuncia por temor a las represalias.